En la parte I de este estudio resumimos los resultados del registro etnográfico de los sistemas alimentarios de las comunidades indígenas de Bawinocachi (rarámuri) y Xoy (maya). Abordamos principalmente los cambios que ha sufrido su alimentación en el transcurso de los años y de dónde obtienen estos grupos sus alimentos.
En esta segunda parte hablaremos sobre qué encontramos en los pueblos yaqui. Analizaremos en conjunto que ha pasado en las tres comunidades y haremos sugerencias en torno a la seguridad alimentaria en comunidades rurales ligada al uso sustentable de la biodiversidad.
En el caso del pueblo yaqui, la lucha por su territorio ha incrementado su cohesión y fortaleza cultural y, con ello, su capacidad de negociación política con los gobiernos estatal y federal. Los yaquis viven principalmente de la renta de sus tierras; por lo tanto, han perdido sus técnicas de cultivo y semillas nativas. Sin embargo, es la única comunidad que tiene una organización sociopolítica como nación yaqui. Iniciativa que surge del interés de los jóvenes por recuperar y revalorar su cultura y alimentos tradicionales.
El área que ocupan los pueblos yaqui abarca distintos ecosistemas: abarca parte de la sierra del Bacatete, atraviesa los valles irrigados y llega hasta la costa. En la sierra la población es muy escasa y se dedica a cuidar el ganado comunitario. Dado el difícil acceso a estos ranchos y el tiempo que pasa la gente en ellos, su dieta incluye una gran variedad de productos de recolección, semillas y frutos silvestres, así como carne de monte, quelites y verduras deshidratadas.
Las plantas alimenticias cultivadas se restringen a lo que siembran en los traspatios. Esta alimentación se complementa con la compra en las tiendas cuando bajan a los pueblos. La costa yaqui es una zona de esteros muy importante desde el punto de vista de la biodiversidad, dada la cantidad de especies que se desarrollan en estas aguas salobres, además, claro, de su importancia en términos económicos.
Las cooperativas pesqueras yaquis son muy productivas, por lo que las familias que las integran tienen un alto nivel de vida. No obstante, enfrentan problemas relacionados con el impacto ecológico de la agricultura y acuicultura modernas sobre los esteros. En el valle más del noventa por ciento de las tierras de los yaquis han sido rentadas a los agricultores de Ciudad Obregón, lo que ha propiciado el abandono de sus cultivos tradicionales.
En los traspatios no faltan la cruz, el gallinero y, a veces, los corrales de las chivas. Es frecuente el cultivo de plantas de ornato, árboles frutales y una que otra mata de chile, calabaza o sandía. Podría decirse que son reminiscencias de un pasado y origen campesino del que las mujeres, sobre todo las mayores, no se van a desprender fácilmente. Sin embargo, no producen los alimentos que consumen cotidianamente. De acuerdo con los resultados de nuestro estudio, los niños consumen frijoles, papas y tortillas de harina de trigo; para muchos de ellos la comida principal es la que reciben en la escuela y es su porción de carne del día.
En casa comen caldo de queso, sopas varias, quesadillas, chorizo con huevo, tortas, omelet y pizzas acompañados casi siempre de frijoles, tortillas de harina, refrescos y comida chatarra. Podemos afirmar que en términos generales los yaquis no producen nada que esté directamente orientado a su propia alimentación.
Las tres comunidades se caracterizan por su fortaleza cultural. No obstante, la discriminación de que son objeto, junto con el racismo en un mundo globalizado, en el que se busca la homogenización y en el que imperan la mercadotecnia y el consumismo, están ocasionando una aculturación. La aculturación parecería inevitable e incluso necesaria dado el avance y evolución de la sociedad.
Ninguna cultura es estática, todas van adquiriendo elementos de otras que con el paso del tiempo se integran a la propia cultura; este es un proceso natural. Y aunque toda evolución implica cambios, algunos de ellos son cambios inducidos que solo generan beneficios para ciertos sectores y grupos, en detrimento de otros.
Son cambios que van acompañados de intereses económicos, como los cambios en los patrones de comportamiento, de estilos de vida, de preferencias y gustos por alimentos, que nada tienen que ver con la cultura de las comunidades, que van en contra de su salud y no son acordes a su capacidad adquisitiva.
En las comunidades estudiadas observamos que a mayores ingresos económicos hay menor capacidad de autoabasto alimentario, mayor dependencia de alimentos industrializados y mayor incidencia de obesidad, diabetes y alcoholismo, mientras que en la comunidad más aislada hay permanencia de conocimientos para un manejo integral y diversificado de su agrobiodiversidad y autosuficiencia alimentaria.
Parecería que a un mayor aislamiento se logra una mayor permanencia de rasgos culturales originales y una mayor capacidad de autosuficiencia alimentaria, que se caracteriza por el uso sustentable de los recursos naturales del entorno. Lo anterior nos llevaría a una riesgosa aseveración: la permanencia de las culturas autóctonas está condicionada al aislamiento y a condiciones de pobreza que los obliguen a echar mano de sus culturas (es decir, de sus conocimientos) para sobrevivir con sus propios recursos naturales.
Pero esta afirmación se aleja por completo de nuestra propuesta: “los pueblos indígenas pueden y deben tener el derecho de conservar su propia cultura, sin que eso signifique vivir en aislamiento, ni en la pobreza, ni en el pasado; pueden y deben tener la posibilidad de acceder a las ventajas de la tecnología y la modernidad, sin que eso implique abandonar su propia cultura ligada al aprovechamiento sustentable de los recursos naturales, a la conservación in situ de su agrobiodiversidad y a continuar desarrollando variedades vegetales adaptadas a sus ecosistemas”.
En las tres comunidades hay potencial de manejo y aprovechamiento sustentable de recursos naturales, orientados a aumentar la capacidad de autoabasto y acceso a mercados alternativos y solidarios, pero se requieren políticas públicas y estrategias orientadas a sustituir programas asistenciales por apoyos efectivos a la pequeña producción campesina y a la transformación in situ de sus productos, junto con la reivindicación de los productos alimenticios y la cocina local. Es necesario propiciar el consumo regional y dignificar los conocimientos y las culturas campesinas.
Resulta paradójico que en los países desarrollados haya un movimiento que busca salvaguardar el patrimonio alimentario de la humanidad (slow food), mediante la producción y el consumo regional de productos, mientras que en México, en el medio rural, donde hay comunidades en las que, precisamente, esta tendencia es parte de su cultura, estemos propiciando su abandono y no aprovechemos la variedad de plantas de las que México es centro de origen y diversificación y dependamos, por ejemplo, de la compra de semillas (entre otras de híbridos de maíz) a las semilleras trasnacionales.
Autores: Mayra de la Torre (CIAD) y Ricardo Ma. Garibay Velasco (UAM)
Fuente original: http://bit.ly/2faNiup