Las resoluciones recientes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de América, con relación a la declaración de inconstitucionalidad de los códigos civiles o familiares de entidades federativas de ambos países que prohíben los matrimonios entre personas del mismo sexo, ha tomado por sorpresa a muchas personas, no así a investigadores y activistas en temas de diversidad sexual y de género.
Las resoluciones judiciales llegaron después de una batalla jurídica emprendida en los últimos años por uno de los movimientos sociales más activos y organizados en ambas sociedades y en el mundo occidental: el movimiento lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero e intersexual o LGBTTI, y luego de que en diversos países de Europa y en diversas entidades federativas en México y Estados Unidos se reconociera el derecho al matrimonio a parejas del mismo sexo. Se trató pues, de una estrategia jurídica, luego de una serie de logros en el terreno legislativo.
En 1989, Dinamarca fue el primer país del mundo en legalizar las uniones civiles entre personas del mismo sexo; en 2001, Holanda fue el primer país en extender el derecho al matrimonio a personas del mismo sexo. Desde entonces a la fecha, numerosos países europeos y tres americanos habían aprobado legislaciones similares.
A partir del 12 de junio de 2015, por jurisprudencia de la SCJN, se declara inconstitucional la prohibición del matrimonio igualitario en México, así como los códigos civiles o familiares que definan el matrimonio como “unión entre un hombre y una mujer” o que “su finalidad es la procreación”. México se convirtió a partir de ese momento en el país 20 en el mundo en reconocer dicho derecho. Estados Unidos en el país número 21.
La batalla legislativa y jurídica no es sino la fase más reciente de una larga lucha sociocultural que ya cumple ciento cincuenta años. Existe un acuerdo académico por considerar que si bien la resistencia a las ideologías y prácticas heterosexistas (aquellas que jerarquizan las preferencias sexuales y consideran que la heterosexualidad es la única moralmente “válida”, “natural”, “normal”, “saludable” y “superior” a las otras) son tan antiguas como la tecnología de poder homofóbica, es a partir de la década de 1860 que se inicia en Alemania el movimiento homosexual en el mundo.
El objetivo era resistir tanto las afirmaciones de la emergente ciencia médica, que sin evidencia alguna convirtió el “pecado” de la sodomía en la “enfermedad de la homosexualidad”, como derogar los códigos penales que empezaron a considerar a los homosexuales como “delincuentes”. Este movimiento intelectual y político se expandió, no sin sufrimientos y dificultades (como la persecución Nazi en Alemania) por otros países y dio pie a numerosas obras literarias, ensayísticas, investigaciones científicas y organizaciones políticas durante el siglo XX.
La rebelión en el bar Stonewall de Nueva York en la noche del 27 de junio de 1969, contra una redada policiaca, inspiró un salto cualitativo en esta historia social y dio paso al contemporáneo movimiento LGBTTI en el mundo occidental.
La elección del término “gay” en lugar de “homosexual” (un término con una fuerte carga médica), es un cambio semántico que registra esta transformación política que hace de la salida del clóset y la visibilidad, así como el análisis y la organización social, las estrategias fundamentales para la consecución de un objetivo central: la igualdad de derechos y la creación de una sociedad no heteronormativa (que hace de la heterosexualidad la norma y la quiere imponer sobre todas las personas) y plenamente incluyente y equitativa.
En 1973 la Asociación Americana de Psiquiatría dejó de considerar a la homosexualidad como enfermedad y en 1990 hizo lo propio la Organización Mundial de la Salud.
México no ha estado al margen de estas luchas. En 1971, apenas dos años después del levantamiento de Stonewall, se formó en la Ciudad de México (convocado por Carlos Monsiváis y Nancy Cárdenas y líderes estudiantiles del 68) el Movimiento de Liberación Homosexual.
El colectivo LGBTTI mexicano ha visto crecer desde entonces sus producciones culturales, así como sus redes de apoyo mutuo, sus espacios de encuentro y convivencia, así como sus mecanismos de representación y acción sociopolítica, hasta convertirse en uno de los movimientos sociales con presencia en todas las entidades federativas más efectivos del México contemporáneo.
El mundo científico ha sido un actor fundamental de estos procesos sociales. En México y en el mundo, como producto del impacto del movimiento feminista, se han ido abriendo camino las investigaciones que analizan desde una perspectiva sociocultural las identidades, comportamientos y relaciones sexuales y de género.
Los estudios sobre la diversidad sexual y de género (uno de los subcampos de los estudios de género, al lado de los estudios feministas y de los estudios de las masculinidades) realizados desde distintas tradiciones disciplinarias (sociología, antropología, psicología, salud pública, historia, trabajo social, ciencia política, entre las más importantes) han contribuido a este proceso a través de la producción de evidencia y reflexión teórica sobre:
1) la cultura sexual y de género en México (incluyendo los pueblos indígenas, aunque falta mucho en este sentido),
2) los mecanismos ideológicos e institucionales que sostienen y apoyan la violencia homofóbica y heteronormativa,
3) las consecuencias personales, familiares y comunitarias de la violencia homofóbica y la discriminación,
4) las estrategias de resistencias personales y colectivas que las personas LGBTTI han elaborado a lo largo de la historia.
Asimismo, las y los profesionales en el campo de estudios de la diversidad sexual y de género han jugado un papel decisivo en la transferencia de los conocimientos y en la difusión de los debates teóricos y conceptuales contemporáneos sobre el tema a un público amplio de profesionistas, funcionarios públicos, comunicadores y activistas.
El inicio de los estudios de la diversidad sexual y de género y su institucionalización no fue fácil en términos académicos y personales. Las y los académicos pioneros se tuvieron que enfrentar a los prejuicios de sus colegas y a la incomprensión de sus instituciones que no lograban entender la relevancia de estos temas en términos teóricos o empíricos para avanzar en los problemas sociales y de desarrollo del país.
Con el transcurrir de los años, estos estudios se han abierto camino en las universidades y centros de investigación y han dado paso a la creación de líneas de investigación y a la oferta de cursos de licenciatura y postgrado, especialidades, diplomados, seminarios, congresos, etc.
Sin lugar a dudas aún quedan muchos temas por cubrir, muchos mecanismos de poder por dilucidar y muchas demandas sociales por cumplir; sin embargo, a la luz de los acontecimientos recientes, queda claro que la ciencia de la diversidad sexual y de género está contribuyendo a crear un país y un mundo más incluyente, equitativo y justo. ¿A qué más podemos aspirar desde la investigación social?
Colaboración del Dr. Guillermo Núñez Noriega
Investigador titular D, en la línea de Género, Diversidad Sexual y Etnicidad de la Coordinación de Desarrollo Regional del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo; SNI II