En un escenario donde la hegemonía de las empresas transnacionales ha marcado la pauta en los sistemas alimentarios, la imposición del consumo de alimentos industrializados ha coadyuvado a potenciar varios problemas de salud pública, siendo cada vez más evidentes los de sobrepeso, obesidad, cardiovasculares y diabetes, entre otros.
Los corporativos, apoyados en los medios de comunicación para la promoción de alimentos procesados, inducen al consumidor a su compra, a la vez que fomentan en él una percepción de abundancia y salud, contraria a la situación que impera en el mundo. Recientemente, la propia Organización Mundial de la Salud ha publicado que en el ámbito internacional prevalecen las intoxicaciones alimentarias: “[…] cada año 600 millones de personas –casi una de cada diez personas- […] y 420 mil fallecen por esta causa”;[i] de igual forma, ha destacado el incremento de enfermedades en los últimos tres años, así como el número de personas que padecen hambre.[ii] De ahí el llamado hecho por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a conjuntar esfuerzos que permitan erradicar el hambre en el mundo, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover la agricultura sostenible para antes del 2030.[iii]
El situarnos en tal escenario de inseguridad alimentaria exige revisar lo que es plausible de realizar para el logro de esos objetivos marcados por la ONU. Habrá que considerar los diversos fenómenos, actores, instituciones y procesos implicados en una problemática tan apremiante, para destacar aquellos que han coadyuvado en trastocar no sólo la seguridad alimentaria, sino sobre todo la soberanía alimentaria de casi todos los pueblos del orbe. Nos invita también a hacer un balance crítico respecto a cómo se producen los alimentos y sobre los procesos seguidos por estos desde su origen (semilla) hasta el consumidor final. Particular importancia tiene reflexionar en el papel desempeñado por ciertas instituciones y actores sociales en las prácticas y procesos (agrícolas y agroindustriales) que han sido privilegiados por la ciencia (paradigma positivista) y por intereses económicos (mercado), y en todos esos elementos conjugados que hoy por hoy siguen determinando el tipo de alimentos que se producen y consumen al por mayor en el mundo.
Atender una problemática tan compleja exige considerar otras alternativas de producción de alimentos y valorar cómo se pueden potenciar las más promisorias. En esa perspectiva reflexiva, analítica y constructiva, habrá que echar mano de una educación integral y holística, preferentemente in situ, que destaque los elementos en juego citados. La historia económica de los pueblos agrícolas nos revela la necesidad de revertir procesos que fortalecen el abandono del campo y la separación campo-ciudad, valorar la participación de actores sociales comprometidos con la producción de alimentos sanos y libres de tóxicos, dignificar el conocimiento tradicional de campesinos, grupos indígenas y pequeños productores rurales y la conveniencia de reforzar ecotecnias, la agroecología y la agricultura familiar como parte de las estrategias de desarrollo en pro de la sustentabilidad ambiental, aprovechando la vasta experiencia que tienen en este campo los países de América Latina y el Caribe, particularmente México. Sin duda, atender la crisis alimentaria mundial bajo la perspectiva del llamado desarrollo sustentable exige reforzar proyectos educativos de investigación-acción participativa, estrechamente vinculados con las capacidades, conocimientos y recursos de los pueblos originarios, campesinos y pequeños productores rurales, promover y potenciar métodos agroecológicos y el empleo y la productividad con tales bases y reforzar tanto el diseño como la validación y réplica de estrategias educativas centradas en fortalecer la identidad, las tradiciones y la cultura de esos pueblos.
Este tipo de reflexiones no debe quedar fuera de la mesa de diálogos cuando se aborda el reto de erradicar el hambre en el mundo (objetivo marcado para “Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible”), precisamente por el horizonte de posibilidades que se están delineando para lograrlo. Sin embargo, habrá que ver si objetivos sociales y ambientales tan loables no quedan de nuevo subsumidos en intereses económicos y políticos; estamos a sólo doce años de hacer otro balance para valorar cuál ha sido el criterio ordenador de la producción y distribución de alimentos en el ámbito mundial.
Colaboración de Beatriz Camarena-Gómez y Margarita Peralta Quiñonez (Ciad)
[i] Organización Mundial de la Salud (OMS). Diez amenazas a la salud mundial en 2018. http://www.who.int/features/2018/10-threats-global-heath/es/.
[ii] Organización Mundial de la Salud (OMS). El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2018. www.who.int/nutrition/publications/foodsecurity/state-food-security-nutrition-2018/es/.
[iii] Organización de las Naciones Unidas (ONU). Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL): Agenda 2030 y los objetivos del Desarrollo Sostenible: una oportunidad para América Latina y el Caribe. 2018. https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/40155/10/S1700334_es.pdf.