Las enfermedades cardiovasculares son un conjunto de trastornos del corazón y de los vasos sanguíneos ocasionados, principalmente, por hipertensión arterial, niveles altos de colesterol asociados a ateroesclerosis, tabaquismo y factores genéticos, entre otros, y son la principal causa de muerte en todo el mundo.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren más personas por enfermedades cardiovasculares que de otros problemas de la salud, y se estima que para el año 2030 estas continuarán siendo la principal causa de muerte.
Toda vez que el corazón es un órgano que no tiene la capacidad de regenerarse (como lo hace el hígado y la piel), las personas con problemas cardiovasculares son más susceptibles a infartos.
Esto sucede porque el tejido del corazón (compuesto principalmente por cardiomiocitos) que ha sido dañado por un infarto es reemplazado por tejido fibrótico no contráctil, provocando un crecimiento anormal en el miocardio (músculo cardiaco).
Los cardiomiocitos son las células que conforman el músculo del corazón, las cuales tienen la capacidad de contraerse y hacerlo latir. En ratones, por ejemplo, la capacidad proliferativa de los cardiomiocitos cesa paulatinamente durante la primera semana posnatal. Esto quiere decir que los corazones neonatales se regeneran completamente después de una lesión, pero esta capacidad se pierde con el tiempo.
En contraste con los mamíferos, el pez cebra mantiene la capacidad regenerativa cardiaca durante toda su vida, debido a que los cardiomiocitos cercanos a la región dañada vuelven a una etapa celular menos diferenciada, lo que permite de nuevo la proliferación celular, con lo que logran reemplazar las células dañadas.
Se ha demostrado que los mecanismos cardiorregenerativos presentes en el pez cebra están también presentes en mamíferos, aunque en estos últimos no se activan.
Investigaciones recientes han concluido que, en el corazón de los mamíferos adultos, después de una lesión, surgen nuevos cardiomiocitos con capacidad proliferativa, pero a una frecuencia muy baja.
Un grupo de científicos identificó una relación entre el gen Tnni3k y el nacimiento de un nuevo grupo de cardiomiocitos, llamados cardiomiocitos mononucleares diploides, los cuales presentan la capacidad de regenerarse. Este descubrimiento fue publicado en la revista Nature Genetics en 2017.
Aunque estos resultados corroboran la importancia de los cardiomiocitos en la regeneración cardiaca, se encontró que la regeneración intrínseca del corazón no es igual en todos los individuos, sino un rasgo variable influenciado por múltiples genes y procesos regulatorios complejos.
Dichas conclusiones son un punto de partida para más estudios sobre la regeneración del tejido cardiaco y la implementación de nuevos fármacos, técnicas o terapias que puedan ayudar a combatir estos padecimientos que afectan a millones de personas.
Este es el caso de la Coordinación Regional Mazatlán del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (Ciad), en donde la Dra. Alejandra García Gasca elabora propuestas de investigación relacionadas con esta temática, particularmente para identificar los mecanismos moleculares que controlan la regeneración del tejido cardíaco y dilucidar por qué el corazón de los mamíferos pierde esa capacidad.
Esta es una colaboración de Jesús A. García Aguirre, estudiante de Maestría en Ciencias del Ciad Mazatlán, y fue supervisada por la Dra. Beatriz Yáñez Rivera y el Dr. Francisco Neptalí Morales Serna, profesores del Ciad Mazatlán.
Referencia:
M. Patterson, L. Barske, B. Handel, C. Rau, P. Gan, A. Sharma, S. Parikh, M. Denholtz, Y. Huang, Y. Yamaguchi, H. Shen, H. Allayee, J. Crump, T. Force, C. Lien, T. Makita, A. Lusis, S. Kumar y H. Sucov (2017). Frequency of mononuclear diploid cardiomyocytes underlies natural variation in heart regeneration. Nature Genetics, 49: 1346-1353.