Estrés y microbiota intestinal: su relación en la salud mental y emocional
El estrés es un componente normal en la existencia del ser humano. Ayuda a los individuos a estar alertas y reaccionar ante diferentes estímulos (estresor o estresante) físicos o mentales de la vida cotidiana.1 Sin embargo, condiciones de estrés agudo o crónico pueden ejercer diferentes efectos negativos en sistemas vitales del cuerpo programados para mantener un estado de equilibrio (homeostasis) en variables fisiológicas esenciales para la vida y el bienestar, como la tensión arterial, la temperatura corporal, el pH y los niveles de glucosa. En respuesta, el organismo coordina diferentes sistemas (neuroendocrino, nervioso autónomo, metabólico e inmunitario) que liberan los principales mediadores fisiológicos que actúan sobre diversos tejidos y órganos para producir efectos esenciales para la adaptación y el mantenimiento de la homeostasis.2
Si el desequilibrio continúa por los efectos acumulativos del estrés crónico, se pueden inducir cambios en la sensibilidad visceral y permeabilidad intestinal, así como cambios en la estabilidad, composición y función de los microorganismos que habitan el sistema digestivo (microbiota gastrointestinal), lo que predispone al individuo a enfermedades cardiovasculares, metabólicas (p. ej., diabetes), cáncer y trastornos gastrointestinales.3 Estos últimos favorecen procesos inflamatorios que influyen en el deterioro de la comunicación entre el intestino y el cerebro, originando cambios neurológicos y neuroendocrinológicos con varias implicaciones en la salud mental, como ansiedad, depresión, deterioro cognitivo, Alzheimer y demencia, entre otras.4
En este sentido, estudios recientes han evidenciado que algunas bacterias de la microbiota intestinal, particularmente aquellas conocidas como probióticas, pueden mediar positivamente algunos de los efectos del estrés, ya que pueden comunicarse con el sistema nervioso central (a través del nervio vago y células neuroendocrinas intestinales) para coordinar y modular la actividad e integridad intestinal y la activación de células inmunitarias innatas del cerebro, así como producir metabolitos (p. ej., ácidos grasos de cadena corta) que intervienen en la regulación de la comunicación entre las neuronas (p. ej., serotonina y ácido γ-amino butírico), influyendo de esta manera en las funciones cerebrales y, por lo tanto, en la salud emocional y mental.5,6
Bajo este contexto, un grupo de investigación del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) se encuentra estudiando el efecto del consumo de bacterias probióticas, a través de alimentos fermentados, como una estrategia coadyuvante para ayudar a reducir los padecimientos derivados del estrés como depresión, ansiedad y deterioro cognitivo.
Referencias
1 Organización Mundial de la Salud (2023). Estrés. https://www.who.int/es/news-room/questions-and-answers/item/stress?gad_source=1&gclid=Cj0KCQjwz7C2BhDkARIsAA_SZKZJPCfXW3G5pcck0f8G4Mi8ImPGlC_tIuROfaZmD2luaIRCnbUBIhkaAvUqEALw_wcB
2 Misiak, B. y cols. (2020). The HPA axis dysregulation in severe mental illness: Can we shift the blame to gut microbiota? Progress in Neuro-Psychopharmacology and Biological Psychiatry, 102: 109951.
3 Kim, E. y cols. (2023). Neurocognitive effects of stress: a metaparadigm perspective. Molecular Psychiatry, 1-14.
4 Carbone, J. y cols. (2022). Measuring allostatic load: Approaches and limitations to algorithm creation. Journal of Psychosomatic Research, 163: 111050.
5 Scorza, C. y cols. (2019). Microbiota intestinal, probióticos y salud mental. Revista de Psiquiatría del Uruguay, 83(1): 33-42.
6 Akkasheh, G. y cols. (2016). Clinical and metabolic response to probiotic administration in patients with major depressive disorder: A randomized, double-blind, placebo-controlled trial. Nutrition, 32(3): 315.320.
Colaboración de Arantxa Almada Corral, estudiante de doctorado en la Coordinación de Tecnología de Alimentos de Origen Animal, y Aarón F. González Córdova, Lourdes Santiago López, Lilia M. Beltrán Barrientos, Belinda Vallejo Galland y Adrián Hernández Mendoza, investigadores(as) del CIAD.