Diana Luque
Investigadora de la Coordinación de Desarrollo Regional del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo
El pasado miércoles 21 de junio, a las 4.24 a.m., ocurrió el solsticio de verano del año 2017, según cálculos de los modernos astrónomos. Seguramente el lector habrá escuchado términos como la etnohistoria, etnoecología, etnobotánica, para referir los conocimientos tradicionales de las diversas culturas, generalmente de los pueblos indígenas. El prefijo etno antes del nombre de la ciencia nos señala que este tipo de disciplina científica tenía otro formato y otro contenido, según el grupo étnico en estudio. Así, por ejemplo, las etnobotánicas y etnofaunas dan cuenta del enorme acervo milenario en relación al uso y manejo de la biodiversidad que realizaban en sus territorios estas comunidades.
La etnoastronomía también ha sistematizado la gran diversidad de interpretaciones y representaciones que las comunidades indígenas han elaborado, a partir de la observación de los astros, el sol, la luna y las estrellas. Con base en estas observaciones, en particular de la luna, han surgido los calendarios, que generalmente son anuales, dándole seguimiento a los ciclos mensuales y a la identificación de los dos solsticios (verano e invierno), así como de los dos equinoccios. Es evidente que estos ciclos son iguales para cualquier grupo social. Sin embargo, cada grupo le ha dado nombres distintos; sobre todo, los “ajustes” tienen un fuerte componente simbólico que caracteriza a cada grupo y, más bien, están relacionados con sus sistemas de subsistencia.
Así, en las sociedades agrícolas, como las mesoamericanas, la milpa –y el maíz como especie central– marcaba los ciclos de sembradío, de los que derivaban diversas celebraciones de corte religioso. La mayoría de estos grupos identificaron el inicio del año alrededor de los solsticios; algunos en el día más largo del año, en verano, y otros en el más corto, en invierno, como el que rige actualmente al mundo moderno, que proviene del calendario gregoriano, aceptado en Europa desde el año 1582.
Para la comunidad indígena comcaac, mejor conocida como seri (cazadores, pescadores y recolectores nómadas milenarios de la Costa Central del Desierto Sonorense y Golfo de California, en el Estado de Sonora), su calendario anual inicia alrededor del solsticio de verano, cuando aparece la estrella cmaanc, según la astronomía de los antepasados. Esto sucede a finales del mes de junio y principios de julio. Así, junio se denomina como Imám imám iizax (luna de las pitayas) y, julio, Icoozlajc iizax (luna cuando se espolvorean de arena las vainas o péchitas del mezquite). Es decir, tanto las pitayas como los mezquites formaban parte importante de la dieta ancestral.
Durante cuatro días, a partir del 30 de junio, la comunidad comcaac festeja el Año Nuevo, que en su lengua materna le llaman Hant cmah quih. En estos días los pueblos de Desemboque y Punta Chueca, donde actualmente habitan, realizan una serie de fiestas que agrupan a varias familias cada una de ellas. Se cocinan platillos tradicionales, en particular, la moosni, que es el nombre génerico para las cinco especies de tortugas marinas que migran y habitan en su territorio y que ha sido su principal alimento desde hace dos mil años, seguido por peces, moluscos y venados. El gobierno federal decretó la veda total de las tortugas marinas, debido al colapso de sus poblaciones, pero debido al valor cultural que tiene para los comcaac, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) les autoriza la pesca de un par de ejemplares para esta celebración. Así, su pesca, matanza, cocinado y saboreado se vuelve el ritual principal de esta fiesta.
También se elabora el imam hamaax, que es una bebida sagrada tradicional que se elabora con la pulpa de la pitaya. Tortillas de mezquite y pasteles de xnoiz (trigo marino) pueden enriquecer esta fiesta. En estos días, hombres mujeres y niños portan sus hermosos trajes tradicionales y se esmeran en exhibir las milenarias pinturas faciales. Por doquier se escucha a los grupos cantando en la lengua materna y se ven sus danzas típicas. También las mujeres se prestan a jugar el tradicional amoiij, y los hombres también tienen el suyo, que, se dice, apuestan. Al final, se reparten regalos entre los ganadores.
Así, el Hant cmah quih es una excelente oportunidad de celebrar la diversidad cultural de México, esta vez con la comunidad comcaac, una cultura milenaria cuyo conocimiento tradicional es único en todo el mundo.
Yooz quij mizj massaiia comcaac / Que Dios bendiga a los comcaac
Diana Luque Agraz es coautora del libro Del mar y del Desierto. Gastronomía de los Comcaac (Seris). Ecoturismo y Pueblos Indígenas