Herlinda Soto Valdez define su infancia como feliz. La sierra de Sonora parecía suya. Diariamente corría por los caminos de aquel ranchito apartado de la civilización.
Al soñar con ser mayor pensaba en sus profesores, aquellos docentes que impartían clases a dos o tres grupos al mismo tiempo. Esos jóvenes representaban su ejemplo a seguir. Parecía destinada a ejercer la docencia en esa comunidad rural. Pero no. Hasta ese momento desconocía que alcanzaría algún día el nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y realizaría diversas aportaciones a la ciencia de su estado y el país.
Investigadora adscrita al Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), cursó un año en una primaria rural. Sus padres consideraron que el sistema de enseñanza-aprendizaje no era tan eficiente, así que decidieron dar más opciones al futuro de su descendencia. Tomaron sus pertenencias y se mudaron a Cananea, Sonora. Ahí cursaría primaria, secundaria y preparatoria.
Antes de llegar a la educación superior descubrió su interés por la química e ingresó a la Universidad de Sonora (Unison) con la intención de estudiar alguna carrera relacionada con análisis clínicos, o con la tendencia de medicina.
Se convirtió en química bióloga de alimentos. Estudió los polímeros y los plásticos, combinación con la que realizó un doctorado en envases de alimentos en la Universidad de Leeds, en Inglaterra, en 1996.
“Cuando llegué aquí a la Universidad de Sonora vi la opción de alimentos, que me pareció más interesante, entonces decidí tener la especialidad en esa área”, recordó.
A su llegada, encontró a un profesor japonés, el doctor Takeshi Ogawa, quien hablaba muy poco español, pero necesitaba gente en su laboratorio. El investigador trabajaba polímeros y Herlinda Soto ingresaría haciendo servicio social en ese laboratorio. Más tarde realizó su tesis y llevó cursos de maestría con ese especialista y con un grupo de japoneses que establecieron el Centro de Polímeros y Materiales en la Unison.
“Esto me abrió los ojos a un área ingenieril y de química que no conocía. Uno ve los plásticos, pero no sabe toda la ciencia y tecnología que hay detrás de ellos. Nos han hecho la vida fácil y a veces nos concentramos en ver lo negativo: en ver si contaminan, por ejemplo”.
El reto, indicó, es sintetizar esos materiales y llevarlos a la comercialización.
Parte de sus proyectos de investigación ha consistido en la biodegradabilidad de los envases que, considera, es el punto más crítico de esa área actualmente.
“No vemos un control en la producción de estos productos, control que debería hacer el gobierno, que debería involucrarse en esos controles”.
Un camino hacia el estudio de polímeros
Para sus estudios de doctorado se dedicó a la combinación de la parte de alimentos y polímeros. Realizó el doctorado en envases de alimentos. Para entonces ya trabajaba en el CIAD Hermosillo, que se encontraba en su época de crecimiento.
“Estaban enviando a diferentes técnicos para que se especializaran y estudiaran su doctorado en diferentes países para que luego regresáramos a abrir líneas de investigación importantes, que en ese entonces no tenían. Yo levanté la mano en el área de envases y me fui a Inglaterra por cuatro años, y regresé a fortalecer esta área”.
Durante su estancia en la Universidad de Leeds, en Inglaterra, realizó una tesis en interacción envase/alimento desde el punto de vista de migración de componentes del plástico al alimento, y el efecto que este podría tener a la salud pública. Con ese tema regresaría a México y emprendería los primeros proyectos.
“Vimos que las diferentes fuentes de financiamiento no se encontraban muy interesadas en ese tema. Eran, o son, poco financiables los temas relacionados con esa contaminación que no vemos, que está por ahí escondida, y que si se da, no es tan fácil conseguir financiamiento”.
Por tal razón decidió que si la parte negativa no era aceptada para financiamiento, por qué no estudiarla desde el punto de vista positivo. Comenzó por generar aditivos de origen natural y con cierta función, que a la hora que migran del envase al alimento tuvieran una función positiva y no problemas de toxicidad.
“De ahí comenzamos a entender cómo obtener financiamiento para hacer la investigación. Obtuvimos financiamiento de Conacyt, Sagarpa, Fomix, empresas, y a través de las diferentes fuentes de financiamiento a que tenemos acceso los investigadores”.
Otro proyecto que destaca es el estudio de la vitamina E, el tocoferol, como aditivo en plástico, y cómo este migra a los alimentos y puede generar un efecto antioxidante en los alimentos. Se trata de uno de los primeros alimentos en donde el equipo que integró, logró una patente.
“Después trabajamos con materiales de plásticos biodegradables, como ácido poliláctico, que es un material sintético, pero las materias primas se obtienen del maíz o vegetales ricos en almidón, del que se produce biotecnológicamente ácido láctico. Ahí generamos varios materiales aditivados con extractos de los residuos de los orujos de la uva, por ejemplo, que se producen en el vino”.
Utilizó además materiales tipo carotenoides, que en un principio se obtenían de la cabeza de camarón, que queda como residuo de la industria camaronícola; también de flor de cempasúchil, que es rica en carotenoides.
“Hemos utilizado diferentes fuentes materiales naturales, principalmente de origen vegetal, de los que hemos extraído ciertos compuestos que tienen actividad y los hemos puesto como aditivos en dos tipos de plásticos, ya sean bioplásticos o plásticos tradicionales”.
Trabajo actual
Actualmente trabaja con compuestos con actividad antimicrobiana, una de las causas del deterioro de los alimentos y crecimiento de bacterias y hongos. Se trata de un proyecto con tortillas de maíz, un alimento de alto consumo en México.
“Estamos buscando desarrollar un envase que tenga este tipo de aditivos, que si no evita, al menos extienda el tiempo en que crecen los hongos, incrementando su vida de anaquel, para tener tortillas que tengan una vida de anaquel larga, y que no tengan aditivos artificiales que cambien su sabor o que puedan resultar tóxicos. Queremos buscar una fuente de extractos naturales que tengan actividad antimicrobiana”.
El equipo de la doctora Soto Valdez ha sido galardonado por su aportación. En 1987, obtuvo una mención honorífica con su tesis de licenciatura en el Premio Nacional de Ciencia y Tecnología de Alimentos, que financiaban Conacyt y Coca-Cola.
Fue en 2000, al egresar del doctorado, cuando ganaría por primera vez el Premio Nacional en Tecnología de Alimentos, con el desarrollo de un material de envase. La hazaña se repetiría en 2010, con el desarrollo de otro envase, esta vez hecho de ácido poliláctico con tocoferol, vitamina E, como un material de envase antioxidante.
El material desarrollado permite su utilización para botellas de aceite comestible. Implica que, en vez de añadir aditivos antioxidantes al aceite, el material del envase sea el que lo libere.
“Se puede utilizar también para productos alimenticios como nueces o almendras, todos estos susceptibles a oxidarse, y que saben a rancio en poco tiempo. Este material puede liberar este antioxidante y extender su vida de anaquel sin necesidad de añadir el antioxidante al alimento”.
La propuesta se realizó en aceite de soya, sensible a la oxidación. El equipo de la investigadora encontró que duplicaba la vida de anaquel del producto.
Este producto obtuvo una patente aprobada en México, y actualmente lo promociona el equipo que lidera la doctora Soto Valdez en espera de empresas interesadas en producir el material.