La desertificación representa una enorme pérdida de diversidad biológica, que fortalece el proceso de degradación de la capacidad productiva de la tierra, principalmente en las regiones áridas y semiáridas del mundo.
Se estima que setenta por ciento de las tierras secas productivas están actualmente amenazadas por diversas formas de desertificación. Esto afecta directamente el bienestar y el futuro de una sexta parte de la población mundial.
La degradación ecológica que proviene de la deforestación, la pérdida de la cubierta vegetativa, la erosión y salinidad de los suelos trae como consecuencia un deterioro socioeconómico que está caracterizado por la desnutrición de las poblaciones, las pérdidas económicas y humanas derivadas de los desastres por sequía, los conflictos por el agua y, principalmente, la pérdida de la capacidad de los suelos para producir los alimentos. 1
Con la desertificación, al mismo tiempo que aumenta el empobrecimiento de los suelos, se incrementa la pobreza de los pueblos, obligando a sus pobladores a buscar su sustento en tierras más fértiles. Ante esta realidad, es muy pertinente promover estrategias de producción de alimentos que, a la vez que tengan un impacto favorable en atajar la desertificación, representen un beneficio directo en el mejoramiento de las condiciones de vida en las poblaciones que viven en estas regiones.
En el actual paradigma de producción de alimentos en el que nos encontramos, no se trata de buscar solamente el aumento de la producción, sino también de contribuir en la búsqueda del verdadero desarrollo sostenible.
A través de un enfoque agroecológico, el alimentar la tierra con la composta proveniente del reciclaje de nutrientes, previene su degradación, regenera su fertilidad, disminuye la erosión y se contribuye a prevenir la desertificación de los suelos.
En este enfoque, el huerto familiar es un camino para fortalecer la resiliencia ecológica y la racionalidad ecológica que impulsan a tomar acciones frente a la sequía,2 además de fomentar la otra resiliencia que implica que los pequeños productores agrícolas utilicen sus conocimientos y sus propias capacidades para desarrollar las habilidades en la producción de alimentos.
Al mirar hacia la multifuncionalidad que representa la agricultura a pequeña escala sustentada en estas prácticas agrícolas, es posible aportar soluciones a esta problemática.
1 Diódoro Granados-Sánchez, Miguel Á. Hernández-García, Antonio Vázquez-Alarcón y Pablo Ruiz-Puga. “Los procesos de desertificación y las regiones áridas”. Revista Chapingo. Serie Ciencias Forestales y del Ambiente, vol. 19, núm. 1, enero-abril 2013, pp. 45-66. Universidad Autónoma Chapingo. Chapingo, México. http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=62926254004.
2 Víctor M. Toledo. “La racionalidad ecológica de la producción campesina”. https://www.researchgate.net/publication/322136859_La_Racionalidad_Ecologica_de_la_Produccion_Campesina_Victor_M_Toledo-Universidad_Nacional_de_Mexico, 2017.
Colaboración de Margarita Peralta Quiñonez, de la Coordinación de Desarrollo Regional del Ciad.