La alimentación hoy en día está siendo afectada por diversos factores, y uno de ellos es la desertificación de los suelos. En la actualidad, doce millones de hectáreas de tierra se vuelven improductivas cada año, debido a la desertificación y la sequía. A nivel mundial, mil quinientos millones de personas son directamente afectadas por la degradación de la tierra. Las doce millones de hectáreas perdidas anualmente tienen el potencial de producir veinte millones de toneladas de granos, alimentos que reducirían la creciente inseguridad alimentaria (UNCDD, 2012).
La tierra también se cuenta como un recurso en deterioro, pues la producción comienza a disminuir a causa del empleo de agroquímicos que provocan la erosión a mediano plazo. Según estudios de 2011 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agrigultura (FAO), la degradación de la tierra tiene un costo estimado de cuarenta mil millones de dólares a nivel mundial, sin considerar el aumento de los costos ocultos del uso de fertilizantes, la pérdida de la biodiversidad y la pérdida de paisajes únicos.
La degradación de tierras acarrea una reducción de productividad y conlleva problemas socioeconómicos, entre los cuales están el aumento de la inseguridad alimentaria y de las migraciones por la misma causa, entre otras limitaciones al desarrollo y daños al ecosistema. Si la tierra está gravemente dañada, deja de proporcionar una serie de funciones y servicios ecológicos de vital importancia para la sociedad y el desarrollo, y la recuperación de esas tierras degradadas resulta ser muy costosa (Semarnat, 2002)
En la Coordinación de Desarrollo Regional del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), dentro del Programa de Estudios Socio-Ambientales, la I.B.Q. Margarita Peralta Q. y la Dra. Beatriz Camarena Gómez están realizando proyectos, en colaboración con distintas agrupaciones y localidades del estado de Sonora, enfocados a mejorar la producción de alimentos mediante el uso del método de cultivo biointensivo en huertos familiares.
La implementación de esta práctica agrícola a pequeña escala representa una alternativa amigable con el medio ambiente por ser una alternativa agroecológica que permite recuperar la calidad y la fertilidad del suelo. La elaboración de composta y su incorporación a la tierra en el proceso de cultivo, favorece la conservación del recurso suelo y permite promover, por otra parte, la actividad microbiana que se lleva a cabo en el mismo, para lograr así una mayor diversidad de microorganismos, de tal forma que se establecen diversas relaciones tróficas que contribuyan a la sanidad y fertilidad de los suelos (Ferrera y Alarcón, 2001).
La producción agroecológica no sólo emite menos gases invernadero, sino que aumenta mucho la capacidad de absorción de carbono de los suelos. Esta práctica agroecológica, además, contribuye al autoconsumo familiar e, incluso, puede generar ingresos adicionales a las familias con el producto excedente.
En la actual crisis alimentaria es urgente que se transforme el sistema alimentario global para satisfacer los requerimientos de una población de siete mil millones de personas en el mundo, de ahí la importancia de promover métodos y prácticas agrícolas que redunden en el mejoramiento del suelo y en beneficios adicionales a las familias.
Los alimentos comienzan y terminan en el suelo: surgen del suelo y eventualmente regresan a este para permitir que se produzcan más alimentos; es este el verdadero ciclo de la vida que a nosotras como investigadoras del CIAD nos interesa fortalecer.
Bibliografía
Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, UNCDD (2012). Disponible el 15 junio de 2014 en la dirección electrónica
http://www.unccd.int/en/programmes/RioConventions/RioPlus20/Pages/default.aspx?HighlightID=54.
Semarnat (2002). Inventario Nacional de Suelos. Base de datos estadísticos. Disponible el 15 de junio de 2014 en la dirección electrónica
Ronald Ferrera Cerrato, Alejandro Alarcón (2001). “La microbiología del suelo en la agricultura sostenible”. Ciencia Ergo Sum, vol. 8, núm. 2, julio. Universidad Autónoma del Estado de México. México.