La lucha de las mujeres por su emancipación: el entramado entre la teoría feminista y la perspectiva de género (segunda parte)
Se ha dicho que el feminismo, al problematizar los dilemas liberales de la modernidad, nace al lado de este período histórico, por lo que se reconoce como un producto de la ilustración. Como toda historia, la del feminismo no es una historia lineal.
Es difícil marcar un período concreto de su fundación o inicios como pensamiento y acción. Asumimos la periodización de “olas del feminismo”, aunque algunas autoras no comparten este enfoque[1] y otras, como la mexicana Gabriela Cano, dicen que esta concepción es una metáfora.[2] Esta manera de periodicidad, pese a que se dice que es eurocentrista, ha sido una forma sintetizada en la que se reconoce lo diverso y lo complejo, tanto como lo internacional, del pensamiento social-político-teórico, que produce lo que se identifica como feminismo. Dicho método marca épocas y señala rasgos principales en su conformación y desarrollo: “las olas” van produciendo en las distintas naciones diversas producciones teóricas y diferente accionar político, más aún si vemos México y América Latina. Sin embargo, todos los feminismos en sus inicios se han visto influenciados por estas “olas” de mujeres en acción, pensadoras y revolucionarias, que dieron cuerpo en el mundo a lo que hoy, de manera internacional, reconocemos como tal.
Presentar de esta manera la periodización es útil para ubicar a las(os) lectoras(es) en el camino de construcción de este paradigma y entender el entretejido de los feminismos, en una parte del mundo y de México, pues lo que en realidad nos interesa en estos breves escritos es llegar al punto en donde se entrelazan feminismo y academia, sus propuestas teórico-conceptuales y sus distintas corrientes, en este transcurrir de la acción política a la construcción de un paradigma y su producción científica.
A partir de los primeros análisis históricos, veremos en principio esta mirada generalizada de las tres olas del feminismo.
¿Qué querían las mujeres del siglo XVIII?; básicamente, derecho a la educación, al trabajo, derechos en el matrimonio y en relación con los hijos, y ser consideradas ciudadanas, igual que los varones, con derecho a voz y voto. Con ello, vemos los antecedentes y las expresiones de la primera “ola” en la Francia de 1791 Olympe de Gouges y la muy identificada “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadanía”(siglo XVIII). Un año más tarde, en la Inglaterra de 1792, Mary Wollstonecraft, primera filósofa feminista del mundo moderno, escribiría Vindicación de los derechos de la mujer (siglo XVIII) y, con Mary, por la declaración de los derechos universales, emerge la primeras ola, específicamente con la demanda básica del derecho al voto: las sufragistas.
“Lo que se conoce como la primera ola del feminismo se centró en las movilizaciones europeas y norteamericanas, en especial en el movimiento sufragista de mediados del siglo XIX y principios del XX y la lucha por el derecho a la educación. En Latinoamérica, en el marco de un contexto diferente, las mujeres se alzaban desde el siglo XVIII en sus luchas particulares. Ejemplos de ello son la boliviana Juana Azurduy o la mexicana Leona Vicario, ambas al frente de las respectivas luchas por la independencia. En Yucatán, México, inmersos en tiempos revolucionarios, se produjeron en 1916 los dos primeros congresos feministas. Un año después, Hermila Galindo exigía a la Convención Constituyente de Querétaro los derechos políticos de las mujeres. Si bien es cierto que el sufragio no se consiguió en ese momento, muchas de las demandas de las congresistas yucatecas se reflejaron en el Código Civil de 1918; entre estas, el derecho al divorcio, la patria potestad, tutela y curatela y la sucesión. Parte de las participantes radicales de aquellos congresos formaron el capital político de Elvia Carrillo Puerto, una de las primeras mujeres feministas electa diputada en Yucatán, en 1923”.[3]
Mientras la primera ola se vincula a la lucha por la igualdad de las mujeres ante la ley, las feministas de la segunda ola reconocen el gran valor de las luchas por el sufragio y la necesidad de continuar en la lucha por la reivindicación de los derechos civiles y jurídicos. Sin embargo, identifican y avanzan en otro tipo de demandas, orientadas a cambios profundos de las instituciones que reproducen la vida cotidiana (de manera muy especial la organización familiar y las dinámicas en relación con los hijos y la pareja). Las pensadoras feministas de entonces consideraron que sin cambios en los ámbitos social-político-cultural-familiar-personal, que modificaran la vida de las mujeres, no se lograrían los cambios estructurales del sistema, necesarios para liberar a las mujeres de su condición de “opresión” (concepto que se desprende del pensamiento marxista) y que mantenía a las mujeres como las responsables no solo de la reproducción biológica de la especie, sino de la reproducción social. De ahí que esta nueva ola se reconoce como un movimiento por la “liberación de la mujer”, que pone en el centro el trabajo productivo y reproductivo de las mujeres a través del trabajo doméstico y de cuidados, agregado al trabajo asalariado que ya se asumía como necesario para la producción y la economía capitalista, generando con ello conceptos tales como la doble jornada de trabajo, entre otros.
Con esta segunda ola inicia el cuestionamiento radical de las funciones de hombres y mujeres en el ámbito público y privado, las definiciones de “lo masculino” y “lo femenino”, que incluían la definición de las funciones (roles) sexuales diferenciados y cuestionaban la división sexual del trabajo, por sexo. Lo que marca dicha época es el cuestionamiento de la sexualidad homogénea y las desigualdades, a partir de la diferenciación de las identidades sexuales y aquellas que marcaban una fuerte diferencia, no solo referidas a la elección o preferencias sexuales de hombres y mujeres, sino que cuestionaba las formas de vivir la sexualidad y la articulación binaria de lo sexual, con una doble moral (concepto que ya había sido acotado por la socialista Alejandra Kollontai, en épocas anteriores).
Para esta época, la filósofa francesa Simone de Beauvoir había escrito su icónico tratado sobre la condición de las mujeres: El segundo sexo,[4] que, aunque lo escribió en 1949, circuló en Estados Unidos en 1953. Este tratado, que acuñó la célebre frase “No se nace mujer, llega una a serlo” (siglos XX-XXI), fue el referente para el movimiento feminista de los años sesenta, setenta y ochenta. Durante estas tres décadas otros movimientos sociales en el mundo (en contra del “racismo”, en contra de la guerra de Vietnam, el denominado movimiento jipi y el movimiento estudiantil del 68 en México y Francia, entre otros) impulsaron y dieron luz al renacimiento de los distintos feminismos que, al mismo tiempo, fueron generadores de diversas formas de organizaciones de mujeres; algunas se asumían feministas, otras no (sindicatos, frentes, colectivos y grupos que reivindicaban su autonomía y se deslindaban de partidos políticos, que no entendían o no compartían del todo “la cuestión de la liberación de las mujeres”). De estas últimas formas de organización surgen nuevas concepciones de un movimiento feminista autónomo y, de estas, el clásico enunciado, que define la época: “lo personal es también político”. Fue entonces que aparecieron las filósofas, psicólogas, sociólogas, historiadoras y antropólogas feministas en la academia e iniciaron los cuestionamientos radicales, al pensamiento científico androcéntrico, desde las distintas disciplinas de las ciencias humanas y sociales: ¿y las mujeres dónde están?, ¿qué están haciendo?, preguntas simples que llevaron a cuestionamientos profundos de las consecuencias sociales, políticas y culturales de las desigualdades entre los sexos y pusieron la denuncia en la ciencia hegemónica que no se había percatado, y no parecía interesarle, de la explicación sobre la construcción de las desigualdades en las relaciones sociales a partir de las diferencias sexuales-biológicas y la desigualdad entre los seres humanos por pertenencia a un sexo determinado. Es a partir de estas postura que el cuerpo y la sexualidad entran como tema de reflexión social en la academia y la política: se hace presente el derecho sobre el propio cuerpo y en la política se traducen en demandas como, por ejemplo, la legalización del aborto.
En 1963, antes del 68, la psicóloga feminista Betty Friedman publica su obraLa mística de la feminidad. Los resultados de investigación que se presentan en su estudio generan el interés de muchos sectores de mujeres y es referente para todas las interesadas en la comprensión de sus realidades cotidianas, ya que, aunque aborda la situación de las mujeres de la clase media de Estados Unidos, hace un planteamiento que ella denomino el problema sin nombre, que trata de los malestares de las mujeres y que pareciera que resultaba casi universal, aunque en distintas formas, dependiendo de la nación, la clase y el grupo étnico de pertenencia. Si bien esta segunda ola se identifica, como mencionamos, con los movimientos estudiantiles y de jóvenes en contra del autoritarismo y toda clase de explotación y sometimiento a una autoridad patriarcal, no se reconoce el final de este período, pero podemos pensarlo para el inicio de la mitad del siglo XX e inicios del XXI, momentos en los que en el panorama internacional se inaugura una época nueva, pues Naciones Unidas instaura la “Década de la mujer”, por lo que es entre 1975 y 1985 donde podemos pensar en una tercera ola, que se antoja institucional. Se realiza la Conferencia Internacional“Mujer, paz y desarrollo” y, no menos relevante, la “Primera conferencia mundial del año internacional de la mujer”, realizada en México en 1975, año que marca el movimiento feminista en este país y América Latina, principalmente. Veinte años más tarde, en 1995, se realizará la Cuarta Conferencia de la Mujer en Pekín. También podría tomarse este año como el final de la segunda ola y el inicio de la tercera, año en el que organizaciones no gubernamentales integradas y organizadas alrededor del movimiento feminista en México y América Latina inician su participación en instituciones gubernamentales y comienzan a trabajar con recursos de organismos privados o internacionales, aceptando el rumbo que daban a sus organizaciones sobre las agendas de política pública.
Es importante mencionar que, al mismo tiempo, durante los años ochenta e inicios de los noventa, no solo surgían nuevos grupos autónomos de mujeres en ciudades y zonas rurales de México. Aparecían también las primeras feministas en las universidades, con investigaciones concretas sobre la condición de las mujeres. Tal es el caso del clásico libro Mujeres y vida cotidiana (1984), de Teresita de Barbieri, socióloga feminista uruguaya exilada en México. En esos años se construían en México y América Latina los llamados Estudios de la mujer, surgían los primeros textos producto de investigación, las primeras revistas, las primeras cátedras universitarias, los primeros programas de radio que trataban “la condición de las mujeres” y las primeras estudiosas y alumnas que se planteaban la necesidad de reconocer, indagar y hablar, desde las ciencias sociales, la historia y la filosofía, sobre la condición de las mujeres en México.
Hoy en día, siguiendo esta metodología, se podría hablar de una cuarta ola, pero esa ya no es historia, sino presente, en el que habrá que ir reconociendo y registrando las nuevas propuestas y demandas para avanzar en el conocimiento.
En un próximo boletín, haremos un breve recorrido que exponga los conceptos analíticos creados para redescubrir los planteamientos y exponer los distintos feminismos en esta corta travesía, a veces imprecisa, de sus diversas expresiones y exponentes, para explicar las especificidades de la condición de las mujeres, de los conceptos que la explican y del cómo y para qué de la elaboración de la teoría feminista y la creación de un nuevo paradigma que emerge en el mismo seno de las ciencias sociales y humanas.
[1] Para quienes estén interesadas(os) en profundizar esta reflexión sobre el tema, pueden consultar a Garrido-Rodríguez, C. (2021). Repensando las olas del feminismo. Una aproximación teórica a la metáfora de las “olas”. Revista de Investigaciones Feministas 12(2): 483-495.
[2] Cano, G. (2018). El feminismo y sus olas. Letras Libres, noviembre, 239: 17-21.
[3] Alterio, A.M. y Martínez Verástegui, A. (2020). Alguna notas en torno a los debates sobre los feminismos en América Latina (Introducción), en Feminismo y Derecho. Un diálogo interdisciplinario en torno a los debates contemporáneos. Centro de Estudios Constitucionales, SCJN.
[4] Aunque Simone de Beauvoir está considerada dentro de la corriente del feminismo existencialista, por sus posturas filosóficas de la época, su tratado fue radical, pues puso en el centro la discusión de la maternidad como constructo de la identidad femenina y cuestionaba la obligatoriedad de las mujeres a la reproducción biológica.
Colaboración de Gilda Salazar Antúnez, profesora investigadora de la Coordinación de Desarrollo Regional del CIAD