La sequía en México: un asunto de todos
Gran parte de la república mexicana sufren periodos de sequía que amenazan actividades productivas como la agricultura y la ganadería y ponen en riesgo la seguridad alimentaria. Académicos del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD) explican qué podemos esperar al respecto.
¿Cambio climático o un asunto cíclico?
Arturo Ruiz Luna, profesor investigador de la Coordinación Mazatlán del CIAD, explicó que, sin lugar a duda, la sequía o escasez de agua, al igual que las tormentas torrenciales, representan dos extremos que representan riesgos para actividades productivas que significan el sustento de gran parte de la población mexicana. Estos fenómenos son recurrentes, es decir, se presentan con cierta periodicidad, aunque no siempre de manera cíclica. En la mayor parte del planeta, puntualizó, la época de secas o estío y la época de lluvias, tienen periodos más o menos definidos, que se repiten estacionalmente, desde hace miles de años, y debido a esa estabilidad climática, fue posible que muchas poblaciones y civilizaciones florecieran.
Sin embargo, agregó, algunos de esos patrones se están modificando debido a la influencia humana sobre el clima y otros procesos que ocurren tanto en la atmosfera como en los océanos. De tal manera, fenómenos como las sequías extremas, que antes se presentaban ocasionalmente, se han vuelto más frecuentes.
El responsable del Laboratorio de Manejo Ambiental del CIAD comentó que, para el caso de México, algunas fuentes históricas refieren la existencia de sequías importantes desde el siglo XVI, pero los registros son más confiables a partir de la segunda mitad del siglo XIX, reportándose, en la mayoría de los casos, pérdida de cultivos y de ganado. En el siglo XX, las sequías registradas fueron numerosas y eso, en parte, dio lugar a la construcción de presas como estrategia para combatirlas.
Actualmente las sequías generan importantes daños en la industria agropecuaria, al turismo y a la población en general, al reducir la disponibilidad de agua potable, señaló Ruiz Luna. “Lamentablemente, el calentamiento global, la elevación del nivel del mar y los cambios de uso de suelo, están propiciando que este tipo de fenómenos se acentué y se vuelvan cada vez más frecuentes y extensos, favoreciendo otros riesgos ambientales, como es el caso de los incendios forestales, sin que hasta el momento puedan pronosticarse con precisión, debido a su naturaleza multivariable”.
¿Qué efectos se advierten por la sequía?
El académico del CIAD, quien es experto en ecología de paisaje, recursos acuáticos y diversidad de ecosistemas, considera que no es fácil o confiable el realizar pronósticos sobre la duración de la sequía, y tampoco es fácil delimitar el alcance de su impacto. “Con base en eventos ocurridos recientemente, por ejemplo, en California, EE.UU., la sequía de 2011-2012 generó pérdidas de miles de millones de dólares, en tanto que se asume la pérdida de más de 17,000 empleos, ejemplificó.
En el caso más recientemente documentado en México, 2011 y 2012, algunos de los datos reportados mencionan más de 1,200 municipios de 19 estados afectados en distinto nivel por el fenómeno. También se contabilizaron más de 1,500 comunidades sin agua potable, con cerca de dos millones y medio de pobladores.
Asimismo, se estimó una pérdida de entre 600,000 y 2,700,000 hectárea de cultivo, principalmente maíz y frijol, lo que puso en riesgo la soberanía alimentaria.
“Debe considerarse que, aun cuando la sequía sea seguida por una temporada regular de lluvias, es posible que el déficit de agua prevalezca, por lo que la lluvia por sí misma no será garantía de recuperación inmediata de los efectos de la sequía”, advirtió el investigador.
¿Qué puede hacer la ciencia para mitigar estos efectos?
Aunque hasta el momento no es posible pronosticar la ocurrencia de sequías con un buen nivel de confiabilidad, al parecer se están dando grandes avances en la modelación de este tipo de fenómenos, que podrán coadyuvar a la generación de estrategias locales para paliar los efectos, indicó Ruiz Luna. Asimismo, la rehabilitación y restauración de ambientes terrestres perturbados y todos los esfuerzos realizados para contener la elevación de la temperatura ambiente, reducirán, sin duda, los impactos de las sequías.
Desde la academia, la participación de los investigadores en la identificación de las causas y patrones que definen a las sequías, sus tendencias y su posible impacto, ayudarán a afinar los mecanismos que, desde el gobierno y de las propias comunidades, existen o pueden estructurarse para contender con este fenómeno de forma proactiva, con carácter de prevención y no solamente en reacción a este, subrayó.
Por su parte, Jaqueline García Hernández, investigadora de la Coordinación Guaymas del CIAD, compartió que, para mitigar los efectos de la sequía en la agricultura y ganadería, se pueden usar tecnologías de captura de agua de lluvia, que ayuden a que la poca agua pluvial se aproveche lo mejor posible.
“Una opción es el uso de bordes que retienen por más tiempo el agua de los arroyos, otra es el uso de arados especiales, como el tipo “Yeomans”, que almacenan una mayor cantidad de agua por un tiempo más prolongado, generando humedad para cultivos o pastos para el ganado”, explicó la responsable del Laboratorio de Ciencias Ambientales del CIAD.
¿Qué podemos aportar como sociedad?
Desde hace décadas se ha promovido una cultura de prácticas para el cuidado del agua en el hogar, que ahora más que nunca debemos tener presente. Esto es relevante sobre todo a nivel local, ya que un consumo moderado e inteligente del vital líquido garantiza una mejor distribución de este, lo que se traduce en un acto de justicia social, enfatizó el investigador del CIAD Mazatlán.
“Sin embargo, el mayor consumo de agua no es necesariamente el que se realiza para consumo en zonas urbanas o rurales, sino el que se destina a la producción de alimentos (agricultura, ganadería) y a la industria. En ese sentido, lo que debiéramos cambiar es nuestra forma de consumo, hacia un esquema más sostenible, que privilegie la producción de alimentos básicos, con técnicas agrícolas de bajo impacto y productos adaptados a las condiciones locales, y no aquellas que privilegien el desmonte de grandes extensiones de tierra para destinarse a la agricultura intensiva de productos con alta demanda de agua”, concluyó Ruiz Luna.
Por último, la investigadora del CIAD Guaymas coincidió en que es necesario que todos hagamos esfuerzos para conservar el agua, ya que es un recurso muy preciado y necesita valorarse en la sociedad. “El agua que se consume en las ciudades se colecta de ríos y cuencas que ya se encuentran estresadas, por lo que debemos disminuir nuestra huella hídrica para reducir esta presión.
De igual forma, agregó, es necesario hacer cambios en la agricultura extensiva porque el tipo de riego que se usa (por gravedad) ocasiona grandes pérdidas por evaporación y genera grandes volúmenes de agua contaminada con sedimentos, nutrientes y otros contaminantes químicos que afectan los ecosistemas de ríos y bahías, además de que generan desigualdad social, pues, contrario a lo que se piensa, un gran número de comunidades establecidas en valles agrícolas padecen inseguridad alimentaria, a pesar de las bondades naturales de su entorno. Por lo tanto, concluyó, es necesario mejorar las condiciones sociales en estas comunidades y remediar los impactos ambientales.
Colaboración de Arturo Ruiz Luna y Jaqueline García Hernández, investigadores de las coordinaciones regionales del CIAD en Mazatlán (Sinaloa) y Guaymas (Sonora), respectivamente.