Beatriz Camarena Gómez y Margarita Peralta Quiñónez
Hoy por hoy, la desertificación y la sequía constituyen una expresión más de la problemática ambiental contemporánea, que tiende a afectar los equilibrios ecosistémicos que garantizan la vida en el planeta, al menos tal y como hasta hoy la conocemos. La problemática, sin duda, es compleja, de origen antropogénico, y ha tomado dimensiones globales.
Por ello, para sensibilizar y concienciar a la población sobre los riesgos socioambientales que tal situación representa, la Asamblea General de las Naciones Unidas hizo un llamado a los países para establecer medidas preventivas y de remediación y acordó también, quince años atrás (diciembre de 1994), celebrar el Día Mundial para Combatir la Desertificación y la Sequía el 17 de junio de cada año (resolución A/RES/49/115)1.
La invitación incluye a todos los países, organizaciones internacionales, no gubernamentales y de la sociedad civil, entre otros actores e instituciones, para sensibilizar sobre las cuestiones relacionadas con la tierra y educar acerca de métodos efectivos para neutralizar su degradación. Se espera que la celebración del día 17 de junio se aproveche para motivar procesos de reflexión y acción social en y para la atención y combate de procesos que degradan la tierra, el suelo y la biodiversidad y para que se refuerce, incluso, la organización y movilización ciudadana para exigir a los representantes políticos tomar medidas claras y actuar en consecuencia.
En la citada resolución se plantea que la desertificación tiene su origen en complejas interacciones de factores físicos, biológicos, políticos, sociales, culturales y económicos, y que afecta el desarrollo sostenible por su relación con importantes problemas sociales (pobreza, salud, nutrición deficiente, falta de seguridad alimentaria, los derivados de la migración, el desplazamiento de personas y la dinámica demográfica). En palabras de Ibrahim Thiaw, secretario ejecutivo de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación:
No se trata sólo de arena, no es un problema aislado que desaparecerá por sí solo de manera silenciosa, y tampoco es el problema de otra persona. Se trata de restaurar y proteger la frágil capa de tierra que solo cubre un tercio de nuestro planeta, pero que puede aliviar o acelerar la crisis de doble filo a la que se enfrenta nuestra biodiversidad y clima. Se trata de un problema para cualquiera que quiera comer, beber o respirar; para lograr que su hogar en la ciudad o en el campo sea un lugar habitable y pueda utilizar tecnología, medicinas o infraestructura, así como tener un acceso igualitario al trabajo, el aprendizaje o el ocio. Para vivir.2
En nuestro contexto y particular ámbito de acción, a medida que crece la preocupación por la crisis ambiental y sus diversas manifestaciones locales (incluso problemas de alimentación y salud asociados a lo mismo), consideramos necesario actuar a través de diversos procesos educativos para reforzar prácticas alternativas al modelo de producción de alimentos industrial. Las prácticas agroecológicas (cultivo biointensivo, milpa tradicional agroecológica, bosque comestible, huertos, etc.), permiten reconstruir y mejorar la fertilidad del suelo, punto de partida para el desarrollo sustentable, al ofrecer la posibilidad de producir alimentos nutritivos y orgánicos orientados al autoconsumo familiar (agricultura ecológica)3.
Con ese interés en mente, de 2014 a la fecha, el grupo de investigación del Programa de Estudios Ambientales de la Coordinación de Desarrollo Regional del CIAD, estudiantes de posgrado e investigadores, han empezado a establecer convenios de colaboración con diversas comunidades ejidales y centros escolares de educación básica y media superior, precisamente para reforzar cultivos biointensivos y posicionar al huerto escolar como una estrategia educativa que puede impactar positivamente la alimentación, fortalecer habilidades para la producción de alimentos y fomentar el cuidado del medio ambiente.
Este trabajo de intervención social ha detonado procesos reflexivos en torno al paradigma alimentario convencional y las posibilidades que ofrece el paradigma agroecológico. El fundamento de este último es la Tierra, a la cual se ve como un organismo vivo y en evolución, y se trabaja para mejorar la calidad del suelo desde nuestra casa y escuela, con sensibilidad y competencia, para fomentar esos procesos amigables con el medio ambiente en los principales espacios de nuestra vida cotidiana.
Nuestro grupo de trabajo tiene claro que, ante una realidad que refleja seriamente la conjunción de diferentes crisis (ambiental, alimentaria, salud, económica), es imperativo conjuntar las inteligencias académicas con el conocimiento empírico de los pueblos que, en sus propias comunidades, a través de su historia, creatividad y sensibilidad por la tierra, han aprendido a resolver sus problemas, con acciones que ayudan a la regeneración de los recursos, respetando los ciclos naturales de la tierra, sin violentarla, para obtener de ella más de lo que necesitan para vivir.
El mensaje “Construyamos el futuro juntos” enviado el pasado lunes 17 de junio por Ibrahim Thiaw a la comunidad internacional y sociedad civil, apunta claramente en ese sentido.
- https://www.un.org/es/sections/observances/international-days/index.html .
- https://www.un.org/es/events/desertificationday/background.html
- John Jeavons y Carol Cox. 2007. El huerto sustentable. Cómo obtener suelos saludables, productos sanos y abundantes (https://www.ucm.es/data/cont/media/www/pag-79266/El%20huerto%20sustentable.pdf).