La avalancha de recomendaciones contradictorias confunde a los padres de niños pequeños. Que ¡No exageres la higiene, lo vas a criar sin defensas!, que ¡Qué cochi eres, dejas al niño que vuelva a chupar la paleta que se le cayó al piso!, que ¡No uses tantos desinfectantes, le pegará algún mal al niño cuando crezca!, y así por el estilo. ¿A quién creerle?
Una buena parte de la información que nos llega en este sentido proviene de hace 32 años. En ese tiempo, un científico planteó la “hipótesis de la higiene”, diciendo que la exposición a los agentes infecciosos relativamente tarde en la vida de los niños daba lugar a enfermedades alérgicas. Muy poco después, otro colega le modificó la plana y argumentó que el problema es la ausencia de infecciones específicas durante un periodo crítico en el desarrollo del sistema inmune.
La primera hipótesis ha evolucionado en la actualidad a la “teoría de alteración de la biota”, y está ganando consenso científico. Dicha teoría, que podríamos llamar de alteración del ecosistema, afirma que los grandes cambios fundamentales en el estilo de vida nos han llevado a una menor exposición a algunos microorganismos importantes para el desarrollo de los mecanismos que regulan el sistema inmune. Esto, además de los cambios en la alimentación, la poca actividad física y la falta de convivencia al aire libre.
Entonces, el punto no es la pérdida de infecciones tempranas en la vida del niño, sino los dramáticos cambios en los microorganismos normalmente asociados al cuerpo humano (simbiontes), conectados con las enfermedades inflamatorias. La explicación es la conexión tan estrecha entre cultura, ecosistema y salud humana.
Es de hacer notar que algunas infecciones promueven la enfermedad y otras la previenen. Así, no es cuestión de que tiremos los niños a que “chupen” el suelo; con ello, quizá solo se infecten con microorganismos patógenos que sean los únicos que sobreviven al ambiente actual de higiene colectiva. Porque este es general, se trata de un cambio cultural amplio. No me imagino a las abuelas de las abuelas ¡usando cuatro diferentes limpiadores para el baño!: uno para el sanitario, otro para el lavabo, otro para las paredes y otro para el piso. Tampoco llegaban de pasada a una tienda de conveniencia a comprar la comida ya lista, y después al microondas. Esto no significa que en aquellos tiempos fueran muy saludables; de hecho, de una docena de hijos que nacían en una familia, solo sobrevivían a la niñez tres o cuatro. La mortalidad era muy alta por las infecciones.
Cuando se descubrieron los antibióticos y otras medidas profilácticas se redujeron las infecciones y se alcanzó una vida mucho más larga, aunque no siempre muy saludable. Desde ese entonces han caído sobre la humanidad diversos males, muchos atribuibles a los grandes cambios en el estilo de vida en general. Difícilmente se puede manipular el ambiente si cada vez hay más población. Lo que sí podemos hacer es cuidarnos y cuidar a nuestros niños un poco mejor.
Los microorganismos no se encuentran solamente en el ambiente, también forman parte de nuestro propio cuerpo; la mayoría, alojada en el intestino. A la flora intestinal actualmente se le denomina microbiota y está conformada por microorganismos de todo tipo. Aunque el medio ambiente influye sobre nuestra propia microbiota, podemos colaborar a su mantenimiento adecuado y así preservar mejor la salud. En el intestino se encuentran los simbiontes, que no tienen nada de extraterrestres, sino que son microorganismos muy terrenales, que ayudan a modular favorablemente el sistema inmune.
La microbiota se forma desde el nacimiento, y esta es más favorable cuando el parto es por vía vaginal, no por cesárea; también es mejor equilibrada cuando la lactancia es al pecho, no por fórmula. Después, la forma de iniciar al niño en los alimentos sólidos también influye: papillas recién preparadas, mejor que latitas industrializadas. Ya más adelante en la vida, si el niño toma agua suficiente en lugar de bebidas endulzadas y frutas en trocitos en lugar de jugos, la microbiota tendrá un buen balance. Esta será mejor si el niño aprende a comer de todo, especialmente alimentos frescos preparados en casa.
Así, olvidémonos de la “hipótesis de la higiene”, que no se sostiene actualmente con fundamentos científicos; mejor intentemos algunas medidas como buena alimentación, ejercicio en cuanto sea posible, al aire libre, y ambiente agradable en casa. Con estas medidas podremos contrarrestar, al menos en buena parte, la influencia de un ecosistema afectado por el estilo de vida actual, sobre la salud nuestra y la de nuestros niños.
Colaboración de Ana María Calderón de la Barca, investigadora de la Coordinación de Nutrición del CIAD