Vida saludable, una asignatura pendiente
Este año se puso en evidencia un asunto que habíamos dejado de lado y que no habíamos atendido como es debido: la deteriorada salud alimentaria de los mexicanos, en especial la de los niños y niñas.
La modernidad actual genera riesgos derivados de la globalización de las economías. En ese marco, un virus vino a poner en jaque a los sistemas de salud pública a nivel mundial, mismos que tienen que tomar decisiones dentro de la incertidumbre de su comportamiento y su virulencia, en donde la letalidad se incrementa ante la presencia de enfermedades crónicas.
En esta nueva realidad, las enfermedades crónico-degenerativas confluyen con las de tipo infeccioso y han puesto de manifiesto su letalidad, por lo que urge tomar acciones integradas en los diversos sectores y niveles para prevenir, atender y promover la salud y nutrición de la población mexicana.
Un punto de inflexión
Durante los primeros años de la década de los ochenta se realizó el que se conoce como el último gran esfuerzo del gobierno mexicano para lograr la autosuficiencia alimentaria y mejorar sustancialmente la alimentación y nutrición de la población. Después de esto, hay un punto de inflexión en la salud alimentaria de la población resultado de la alta expansión de la industria alimentaria en el territorio nacional, que influyó tanto en la producción, su participación en el mercado, como en el consumo.
A lo anterior se sumó el aumento paulatino del consumo de productos industrializados, altamente calóricos y de baja calidad y precio, en detrimento de las dietas tradicionales. A pesar de que México es uno de los países a nivel mundial con mayor diversidad alimentaria, en la actualidad cuenta con el mayor índice de consumo de alimentos procesados. Y es la obesidad, principalmente la infantil, el resultado de este cambio alimentario, en concordancia con la rápida transformación social y económica en México en las últimas cuatro décadas, un fenómeno que se presentó a gran velocidad y en corto tiempo, con claras diferencias regionales y de estrato social, y en donde los menos favorecidos resultados los más afectados, incluyendo las zonas rurales e indígenas.
Según datos de la última encuesta nacional, en la población de 5 a 11 años, 35.6% presentó exceso de peso (8.1% sobrepeso y 17.5% obesidad), con mayor proporción en las zonas urbanas (37.9%) que en las rurales (29.7%). De acuerdo con datos de 2016 de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el consumo de alimentos ultraprocesados, la desestructuración de las comidas, así como la reducción en la actividad física de la población son los principales factores que han propiciado los ambientes obesogénicos. En este sentido, en la mayoría de los hogares mexicanos la comida tradicional y casera ha dejado de ser la norma y ha sido desplazada por la comida rápida, altamente procesada o que se resuelve en el espacio público y de forma individual.
El consumo de alimentos en la población mexicana de 5 a 11 años, de acuerdo con datos de 2018 de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut), muestra que 46.1% consume con cierta frecuencia leguminosas, 43.5% frutas y 22% verduras, en contraste con un alto consumo de bebidas no lácteas endulzadas (85.7%), botanas-dulces-postres (64.6%) y cereales dulces (52.9%).
Esto hace que 34% de la energía de la dieta de los escolares mexicanos provenga de productos ultraprocesados, favoreciendo la persistencia de la triple carga de malnutrición y el desarrollo de enfermedades crónicas-degenerativas desde etapas tempranas de la vida. En relación con el sedentarismo, solo 17.2% de los niños de 10 a 14 años cumple con la recomendación de actividad física.
Varios han sido los factores que nos han llevado a que tengamos esta situación en México, entre ellos la transformación alimentaria que ya se mencionó, pero también la disposición de los tiempos laborales y escolares, lo que ha provocado que, al menos en las dos últimas generaciones de mexicanos, se haya transformado también el gusto y las preferencias alimentarias a favor de la comida rápida, de sabor dulce, salado y graso que ha ido en detrimento de la salud y nutrición de la población infantil, por lo que se requiere hacer cambios a nivel social y cultural para educar y sensibilizar a la población para lograr la adopción de estilos de vida en pro de la salud.
Un cambio cultural
A nivel internacional se están promoviendo los estilos de vida saludables a través de diferentes proyectos que incluyen a la población más vulnerable, como son los niños, las embarazadas y los adultos mayores. En América Latina, mucho de lo que se está haciendo es a través del fortalecimiento de programas alimentarios que inciden en la salud y nutrición de los niños y niñas. En México, hay varios esfuerzos en este sentido, como el programa de Desayunos Escolares y algunas intervenciones puntuales desde la salud pública en las escuelas para paliar este problema, pero todos ellos centrados en la vigilancia del peso corporal y bajo un discurso biomédico.
Sin embargo, hace falta un esfuerzo más allá de eso: necesitamos realizar un cambio cultural en lo relacionado con la alimentación y la salud, a través de la educación y la sensibilización. Pero esto tiene que ir acompañado de cambios estructurales más amplios, a través de políticas públicas que puedan apoyar en las oportunidades que tienen los sujetos para poder tomar mejores decisiones y ser más conscientes en cuanto a su salud y alimentación y con ello adoptar estilos de vida saludables, máxime en un contexto actual de riesgo epidemiológico.
Desde hace varias décadas la OMS promueve que los países apliquen un enfoque integrado en sus políticas públicas en torno a la salud. Aunque integrar la salud en todos los planes sectoriales a nivel gubernamental es una tarea compleja de aplicar, países como Finlandia muestran y demuestran que, cuando todos los sectores reconocen el papel que tiene en la salud pública y la equidad sanitaria en la sociedad, se pueden conseguir grandes logros.
Lo que hizo el gobierno de Finlandia fue reformar la Ley sobre Atención de Salud para hacer obligatorios los servicios de promoción de la salud en la población infantil. Para ello, involucró a los distintos municipios para que incluyeran en sus planes a todos los sectores de atención infantil: educación, nutrición, recreación y urbanismo, y realizó un trabajo coordinado entre ambos niveles de gobierno y las distintas instituciones gubernamentales y modificó sus normativas relacionadas con la comercialización y acceso a los alimentos con alto contenido de azúcares y grasas, sobre todo en la población infantil.
Además de promover entornos escolares saludables, incluyó dentro del currículo escolar materias obligatorias sobre educación para la salud, educación física y clases de nutrición y cocina, para lo cual contrató personal de enfermería para asesoramiento profesional en el tema de salud, además de poder ofrecer exámenes médicos gratuitos a los estudiantes, supervisar su salud y el bienestar de toda la familia.
Construir hábitos
En México, la Secretaría de Salud en conjunto con la Secretaría de Educación Pública lanzó en 2017 el programa Salud en tu Escuela, con e fin de fortalecer las acciones en contra del sobrepeso y la obesidad, que se dio de forma inicial en once entidades federativas y ciertos grados escolares a través de una campaña de evaluación de la salud nutricional, dental, visual y auditiva. Sin embargo, incluir una nueva materia a nivel básico para educar a nuestros pequeños en relación con lo que implica una buena alimentación y el cuidado de la salud mental, además de abordar cómo la alimentación incide en la salud y cómo la salud se va construyendo desde pequeños, puede ser un acierto que abone a las demás acciones que se están haciendo para favorecer la salud y nutrición de los escolares.
Es en esa edad que tenemos que poner todos los esfuerzos, ya que es cuando se forman los hábitos y las prácticas que se llevarán a lo largo de la vida. Necesitamos niños y niñas con los conocimientos suficientes para que tomen decisiones informadas y no solo como una respuesta a la prohibición en el consumo de ciertos alimentos o de no realizar ciertas prácticas que serían dañinas para su vida diaria.
Asimismo, educarlos sin utilizar contenidos punitivos y prohibiciones, ni estigmatizar productos, conductas o el cuerpo mismo, es educar a nuestra población infantil con el conocimiento suficiente que les permita elegir las mejores opciones y ser más conscientes de sus decisiones. Es adoptar y adaptar desde la infancia un estilo de vida que vaya orientado a la salud y que las prácticas sociales y culturales se vayan internalizando e incorporando en la vida cotidiana como una manera de estar en el mundo y con ello conseguir adultos más sanos en todos los sentidos y con una mejor calidad de vida.
Colaboración de Juana María Meléndez Torres, investigadora de la Coordinación de Desarrollo Regional del CIAD.